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Mostrando entradas de octubre, 2019

NOVIEMBRE

Llega noviembre, respetado y odiado, evidencia sus días entre cruces y tumbas, añoramos, lloramos, sentimos, se despedaza la calma recordando la ausencia, se nos llenan los ojos de flores y recuerdos, regresa la memoria de las manos lejanas. Llega noviembre, sobre las leves hojas que cubren las ciudades donde ocres y naranjas revelan el paisaje, y los muertos regresan reclamando el olvido. Se nos hielan las sombras, se nublan las ideas, se despereza el cielo de los justos, de los torpes, los humildes, los callados; regresamos atrás y queda el abrazo suspendido en el aire, mientras lloran los ojos, y se duelen los cuerpos por la ausencia obligada que nos roba la vida. Esperar las señales que cuentan las creencias, mientras pasa noviembre con su tiempo difuso, mientras lloran las almas, los corazones rotos, y queda la esperanza de encontrarnos un día, más tarde que temprano... Carmen Martagón ©

Truenos

Vendrán las lluvias, acompañando a este otoño, que nos atraviesa de octubre a diciembre. Se escurrirán las hojas del calendario, caerán una tras otra y el tiempo avanzará en nuestra contra, como las olas en la pleamar de la vida. Atronarán las tormentas sobre nuestras cabezas, se nos meterá el miedo en las entrañas y aprenderemos a contar cada segundo, esperando que avance y nos deje descansar en un lecho de hojarasca. El viento pasará, llevándose los pasos que no dimos, los hijos esperados, las miradas perdidas, los besos que apenas asomaron a nuestra adolescencia, las lágrimas que nunca empaparon los ojos, ríos internos esperando una excusa. Mojarán tus zapatos las primeras gotas, se ahogará el corazón entre los charcos, la mochila que olía a libros nuevos, no volverá a colgar sobre tu espalda. Serán otras las cargas sobre los hombros, en la cabeza, o aprisionando el alma. Carmen Martagón ©

Estaciones

Dormir el invierno, soñar la primavera, guardar el verano por si no regresa. Dejar que avancen los días entre paredes blancas, aterrizar sobre las hojas secas del otoño llevando esta vida frágil que me toca. Prefiero disfrazarme de ocres y naranjas, ovillarme desnuda frente al fuego, dejando así marchar al viento inútil que  mi cuerpo cada invierno. Lavaré las entrañas con las primeras lluvias, secaré mis heridas en la calidez del sol, leve y tranquilo, no será fácil doblar, paso a paso, los recuerdos, no volverán a ser, hasta un otoño nuevo. Despertar cada Octubre con el sonido de tu vagar por mi alcoba, con el balanceo de las cortinas a tu paso; llegas revolviendo las cajas de vida que nunca pensé abrir, perdidas en cualquier rincón de la memoria. Volver a dormir cuando avance diciembre, recogerme entre unas pocas paredes beberme a sorbos la nostalgia, y soñar con tu regreso, mi regreso. Carmen Martagón ©

A ciegas

He vivido con la ciega venda de la justicia sobre los ojos, con la inocencia cubriendo la claridad de mi mente, mientras otros se reían, divertidos, de esta forma de ser. He vivido, alejada de egos incompletos, de epitafios en cementerios vacíos de cordura, escaleras de caracol que no llevan a ninguna parte, cristaleras opacas dónde pedir limosna. Desperté, y he dejado la venda sobre mis ojos, me mantengo a oscuras, para andar jugando al escondite con los sueños; he usado alcohol, tratando de limpiar las heridas de las risas ajenas, y me he acurrucado en el vientre soleado de mi madre, a salvo de todas las miradas. Carmen Martagón ©

Hijos del alma

Hijos del alma Tú, mi mejor poema. Tú, mi mejor relato. La tenue luz de tu mirada inquieta, el cosquilleo de la risa en mis oídos, el abrazo y el beso sin motivo. El llanto que viene a conmover el alma, los dedos que se aferran al pecho materno, la sonrisa innata dirigida a nadie, la mirada que busca, que no reconoce, tu boca de miel aferrada a la vida. Juego de primeros pasos indecisos, manos inquietas que buscan, el brillo en los ojos, la boca que llama, la emoción abierta, primeras palabras, ¡tan esperadas! Tu mano; diminuto lazo atado a mi cuerpo, el pelo revuelto, la ropa arrugada, nuevos juegos. Tu risa encantada, mi universo... Carmen Martagón ©

Sobre la soledad

Llueve como en diciembre, aún no me acostumbro a este discurrir de los días grises. Llueve sobre esta senda en la que se ha convertido la vida, este laberinto sin salida, en el que vago perdida y sin rumbo. Llueve entre tu mirada y la mía, fluye una cortina de agua que nos impide ver la realidad; los días detenidos, las horas empapadas de nostalgia, chorrea el agua entre los pliegues de esta soledad compartida. Llueve en el tránsito de cada etapa, hemos perdido la costumbre de navegar entre las sábanas; se transformó este amor en un reseco arroyuelo de montaña; ya no llueve pasión entre tus manos, seca la fuente de los besos, secas las risas compartidas. Las palabras, cortadas por las seguetas del olvido, monosílabos incomprensibles, con los que apenas llegamos a entendernos. La lluvia ha empañado los recuerdos, ahogando el pasado y el futuro. Llueve sobre el presente, aquí y ahora, llueve en mis mejillas; se han empapado las pestañas en el desborde de

A golpe de rima

Casi a oscuras, acariciar la luz, tropezar en las sombras y agarrarte a los sueños para no caer. Anhelando salir de la oscuridad tiembla tu cuerpo en el silencio. Toda tú, memoria de quien fuiste, remembranza de muñeca herida tras la risa. Observas las cenizas, reflejo de esta catástrofe absurda que se instaló en tu vida un triste verano. No escuchaste acercarse la tormenta, te pillaron desnuda los truenos. Solo tus miedos abrigaron las carnes, protección contra el gélido viento, que levantó los visillos hasta el techo y te dejó a merced de las miradas. Refugiarse en la penumbra de una alcoba ya olvidada, mirar en tu interior y acurrucarte, esperando que pase el aguacero, y que regresen al fin las golondrinas, a golpe de rima, tras los sueños. Carmen Martagón ©

Hijo

Viniste a completar la vida, te adueñaste de cada rincón de mis entrañas, unido a un cordón que alimentaba tu cuerpo, alimentando mi alma, a la par. Llegaste para quedarte en mí, dormir y despertar, despertar, alimentarte y dormir, despertarme, despertarme, despertarme, ser un cuerpo tomado por completo, así, hasta el fin de mis días. Llegaste para ser a la vez: alegría, miedo, tristeza, mucho más miedo, inquietud, amor, belleza, más belleza. Te colaste en las rendijas de todos los sentimientos: lloro si lloras, río si ríes, callo si hablas, cuido hasta tu respirar, mi mano en tu pecho anhelando un sonido conocido. Viniste a complicar mis días,  corregir mis noches, cambiar mis hábitos, despertar mi ternura, aportarme orgullo, desatar mis nervios, desatar mis lágrimas, obligarme a estudiar, obligarme a saber, obligarme a vivir. Viniste a completarme el alma, esa que se marcha contigo y regresa vigilante, como tú regresas a mi lado, tras la madrugada.

Gélidos corazones

No encuentras calor en la fría tundra, alojada en el alma de los desvalidos. El sopor se pega en la frente, aprieta los ojos, la bilis descompone el vientre, como si las mariposas se hubieran revuelto, buscando salida. No encuentras calor en la fría cama de los engañados. Cortan la piel, como fino cristal, las mentiras que se han instalado en los labios. El dolor adosado al pecho obliga a respirar despacio, como si cada gota de aliento devolviera la vida. No encuentras calor en los helados brazos de los solitarios, la piel se acostumbra a la ausencia, tanto que, a veces, el olvido se apodera de ella, ya no responde erizandose ante el inminente abrazo desconocido. El anhelo dibujó una coraza, la espera dejó gélido el cuero y lo convirtió en hierro. ¿Cómo devuelvo el calor a esas vidas, heladas tras los alambres de espino? No hay acomodo en el corazón de los poderosos, las frías monedas, lo han escarchado todo. Carmen Martagón ©

El Rosario

Ya antes había enseñado el Rosario, perteneció a mi bisabuela, que lo heredó de su madre. Mi bisabuela era María, la madre de Valentina. Casi doscientos años de unas cuentas de azabache, engarzados en un metal ya estropeado con los años. Mi abuela me lo entregó a mí. Con el tiempo, me contó mi madre que la bisabuela no llegó a tiempo para ponerlo en las manos de Valentina, antes de su entierro. No era fácil cruzar la frontera en aquellos años de posguerra. La historia de Valentina está entre los relatos de mi libro Equipajes sin Nombre. Hace unos años escribí un poema para mi bisabuela María y ese rosario, aquí os lo dejo, junto a la frase elegida para la preciosa Exposición de Retratos de Rocio Escudero Alfonso @rocio.escuderoalfonso #porlaSangredeEva. Rosario Cuentas sin saldar pedidas a la vida, retahíla aprendida, cosida en la niñez a tus recuerdos. Oscuras cuentas, engarzadas de fe, caen una a una, sobre la falda gris del desconsuelo. Cuentas el dolor, mientras

Estantes esquivos

Estirar las sábanas que apenas se revuelven, recoger besos olvidados en la almohada, lágrimas tristes, momentos dulces; cada uno de los sueños incumplidos duermen sobre la cómoda, esperando un encuentro. Perdida la ilusión entre los fríos pasillos de la casa, durmieron los sueños en el manto negro de la noche. Quedó prendida la esperanza al abrazo negado y voló lejos. El dolor se acurrucó en el costado, sentir el resquemor hasta en el respirar. Sigo andando descalza por las baldosas frías de la alcoba, desafiando a tu voz que me regaña, tu voz que retumba en las paredes vacías, tras las sombras, tu voz que se ha quedado entre mi pelo; suena un "ya no te amo" que me ahoga. Tal vez no fue un amor de libro, nos bastaba leernos entre líneas, pasando página con los dedos desnudos, aprendimos a subrayar entre los labios memorizado el amor en cada abrazo. Hoy duermen las letras en los estantes esquivos de mi casa, la música ya no suena en el viejo tocadi