aún no me acostumbro a este discurrir de los días grises.
Llueve sobre esta senda en la que se ha convertido la vida,
este laberinto sin salida,
en el que vago perdida y sin rumbo.
Llueve entre tu mirada y la mía,
fluye una cortina de agua que nos impide ver la realidad;
los días detenidos, las horas empapadas de nostalgia,
chorrea el agua entre los pliegues de esta soledad compartida.
Llueve en el tránsito de cada etapa,
hemos perdido la costumbre de navegar entre las sábanas;
se transformó este amor
en un reseco arroyuelo de montaña;
ya no llueve pasión entre tus manos,
seca la fuente de los besos,
secas las risas compartidas.
Las palabras, cortadas por las seguetas del olvido,
monosílabos incomprensibles,
con los que apenas llegamos a entendernos.
La lluvia ha empañado los recuerdos,
ahogando el pasado y el futuro.
Llueve sobre el presente,
aquí y ahora,
llueve en mis mejillas;
se han empapado las pestañas
en el desborde de este río que me ahoga.
Llueve como aquel Diciembre en que nos conocimos.
¿Nos conocimos?
tal vez, la tormenta me ayudó a inventarte,
se desbordó la imaginación,
y creó este cieno en mi memoria.
Nunca me gustó la soledad.
Es hermoso caminar con la llovizna, esperando un beso.
Carmen Martagón ©
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