Hoy apareció, en el cajón revuelto del olvido,
aquel recordatorio inmaculado de mi primera comunión.
Es un cajón extraño, pareciera que está vivo;
en su interior aguarda, esperando regresar a la vida, un viejo móvil desmontado,
hay unas cuantas pilas ya gastadas,
el blanco papel, con la receta de roscos de mi abuela,
diez o doce botones de nácar
y las gafas pequeñas, desechadas a golpes de estirón de adolescencia.
Alguna vez guardé el antiguo libro de familia
entre las piezas sueltas de los Lego,
me olvidé de sus letras, de las páginas tristes
donde aún reza, que nos habíamos casado,
que tuvimos dos hijos, frutos de un amor real,
un amor que estuvo vivo,
antes de la revuelta de emociones
en la que quedó lo nuestro.
Encontré en el cajón un carnet viejo,
de cuando alguna vez hice deporte,
un lazo azul del último regalo de mi madre,
ella sí es capaz de adivinar mi color favorito,
conoce cómo me abrigo el cuello en primavera,
o cúanto me preocupa que se pierdan sus pasos en cualquier madrugada;
ella es capaz de sentir cuando yo siento, sufrir cuando yo sufro
y sentarse a esperar, a mi lado, que pase la tormenta,
ella es la que sabe todo de mis lágrimas
y adivina, sin querer, la razón de mis suspiros.
Carmen Martagón ©
También tengo un cajón similar al tuyo, donde revuelvo de tarde en tarde y encuentro casi las mismas cosas que tú. Pero en tu caso, y por encima de todo, es la presencia inmaterial de tu madre quien todo lo preside desde su silencio. Una preciosidad, Martagona.
ResponderEliminarQué bonito lo que me dices. Mil gracias. Muchos besos
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