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Mostrando entradas de febrero, 2020

Madre…

¡Qué grande mi madre! Aunque vaya descalza qué alta me parece cuando me vigila desde la ventana. ¡Qué pequeña mi madre! Aunque siempre fue alta, Mientras llora encogida, tras los últimos gritos de la fiera malvada. ¡Qué frio está tu cuerpo! ¡qué fría está tu cara! Son de mármol las manos que desde pequeña ya me acariciaban. No me abandones madre, no quiero que te vayas, que se marche la fiera, que te hizo daño, madre, mientras juró te amaba. No me abandones madre, no quiero que te vayas, que se quede la risa, el cuento a medianoche, la luz en tu mirada, que se marche la sombra que debió defendernos mientras que te mataba. Carmen Martagón ©

Grita más fuerte

No guardes silencio, ni solloces por mis pocos años, levanta la voz hasta que ya no queden fuerzas, que echen a volar las palomas blancas de una paz que nadie entiende, deja que te vean en mi nombre, y oculta con tu grito el tañer doloroso de las campanas. No guardes silencio por mis pocos años, por mis risas ahogadas, por las velas del próximo cumpleaños, paralizadas a causa de la muerte. No traigas juguetes, no queremos flores, ya perdí la oportunidad de cortar margaritas para mi madre en un campo cualquiera, me he perdido mirar con ilusión las mariposas, sentirlas en el estómago, con cualquier emoción, y correr para contárselo a ella. Una mano maldita me arrebató a mi madre, me arrebató el tiempo de crecer a su lado, te ruego que no pierdas un minuto más en este silencio, ¡Grita! ¡Grita! Que estallen en mil pedazos los corazones asesinos, las manos ejecutoras; grita hasta romper el tímpano de los malvados. Alguien apagó s

Última

No soy la última víctima, tras de mí, quedarán muchas otras en vida. Quizás, en este instante en el que acabo alguna muere lentamente en su miseria, sin más entierro que el interior de sí misma, el encierro de una historia que debió ser de amor. No, no soy la última, soy un día más del calendario, la lista inacabada, el minuto de silencio que se suma a la vida que se resta. Soy llanto silencioso de los míos, la esquela del último diario, la que apertura las noticias comarcales, el cierre de un periódico digital al que nadie llega. Soy el atardecer que no verán mis ojos espesa negrura de la noche, soy una sombra que desaparece, se marcha la luz, marcha la vida, y todos los recuerdos se acaban, el presente se detiene para no ser futuro. No soy la última, marcharán tras de mí, con mirada de rabia, todas las Rosas, las Penélopes, las Auroras, y se quedarán, llorando su mala suerte, penando la indiferencia, un montón de Lolas, Águedas, Lauras, Susanas... y al

A sorbos

Unas letras para que nos fijemos en los pequeños detalles. Para beber la vida... A sorbos El primer sorbo de café recién hecho, la brisa fresca que toca tu rostro cuando aprieta el calor, las gotas de lluvia impregnando la arena. El primer beso enamorado, la ducha tras un día agotador, el abrazo pequeño de un niño, la mirada tierna de tu perro o las delicadas manos de un bebé agarrándose a la vida. Las gafas que devuelven claridad a los miopes, la luna asomando para mirarse en el mar, una noche estrellada, el ruido de las olas rompiendo en la orilla. Tengo una lista inmensa para compartir, seguro pensarás en otras tantas, al terminar. Si te apetece, te leo un libro o lo lees tú, no sabe igual el último sorbo del café; la sorpresa está plagada de encantos. Ven, asómate y te sorprendes, estaré aquí cuando despiertes, te espero en esta vida cuarteada. Carmen Martagón © Foto: Rocio Escudero Alfonso ©

TANTAS MANOS...

Tantas manos como hijos El viento ha arremolinado las hojas, las aceras lucen el marrón invernal, que regalan los árboles al aire que les ronda. Mientras camino, enfadada porque sopla fuerte y me arremolina el cabello, voy mirando la gente que se cruza conmigo, o la que camina delante de mí. Me fijo en quienes tienen prisa al volante y hacen sonar el claxon en cada semáforo. Esos que protestan, apenas un segundo después del verde. Justo delante cruza una madre con sus tres retoños. Intuyo que es una madre nada más verla. Después, me confirma su maternidad la voz de uno de los pequeños, llamándola mamá. Dos muchachos, de idénticas hechuras y andares, agarrados de la mano. Sus mochilas colgadas a la espalda, apenas iniciando la aventura del saber. Un par de pasos por detrás les sigue una niña de cabello dorado, con su mochila de carrito en colores rosas y malvas. La pequeña trata de acomodar el paso al de su madre y sus hermanos, que parecen van en volandas. Deben ser más allá