levanta la voz hasta que ya no queden fuerzas,
que echen a volar las palomas blancas de una paz que nadie
entiende,
deja que te vean en mi nombre,
y oculta con tu grito el tañer doloroso de las campanas.
No guardes silencio por mis pocos años,
por mis risas ahogadas,
por las velas del próximo cumpleaños,
paralizadas a causa de la muerte.
No traigas juguetes, no queremos flores,
ya perdí la oportunidad de cortar margaritas para mi madre
en un campo cualquiera,
me he perdido mirar con ilusión las mariposas,
sentirlas en el estómago, con cualquier emoción,
y correr para contárselo a ella.
Una mano maldita me arrebató a mi madre,
me arrebató el tiempo de crecer a su lado,
te ruego que no pierdas un minuto más en este silencio,
¡Grita!
¡Grita! Que estallen en mil pedazos los corazones asesinos,
las manos ejecutoras;
grita hasta romper el tímpano de los malvados.
Alguien apagó su voz amorosa,
convirtió en hielo su regazo de madre,
y me dejó huérfana de su abrazo.
Levanta tu voz en nuestro nombre.
Yo apenas tengo edad para el recuerdo.
Carmen Martagón ©
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