Tantas manos como hijos
El viento ha arremolinado las hojas, las aceras lucen el marrón invernal, que regalan los árboles al aire que les ronda.
Mientras camino, enfadada porque sopla fuerte y me arremolina el cabello, voy mirando la gente que se cruza conmigo, o la que camina delante de mí. Me fijo en quienes tienen prisa al volante y hacen sonar el claxon en cada semáforo. Esos que protestan, apenas un segundo después del verde.
Justo delante cruza una madre con sus tres retoños. Intuyo que es una madre nada más verla. Después, me confirma su maternidad la voz de uno de los pequeños, llamándola mamá. Dos muchachos, de idénticas hechuras y andares, agarrados de la mano. Sus mochilas colgadas a la espalda, apenas iniciando la aventura del saber. Un par de pasos por detrás les sigue una niña de cabello dorado, con su mochila de carrito en colores rosas y malvas. La pequeña trata de acomodar el paso al de su madre y sus hermanos, que parecen van en volandas. Deben ser más allá de la nueve y llegan tarde a su cita con las aulas.
Por un instante pienso aquello de: tres son multitud. La mujer solo tiene dos manos. La niña crece, les saca poco más de tres dedos a los otros dos. La aparición de sus hermanos la despoja de aferrarse a la mano protectora. Aunque podría pensarse que ella, por ser la mayor, se siente vigilante indirecta de aquellos dos muchachos.
La mirada de la madre buscando, hacia atrás, el caminar de la hija me saca de esa idea. Le dice unas palabras y sigue caminando, repitiendo esa mirada materna, hacia la niña, cada dos pasos. De vez en cuando una palabra de ánimo, de cariño, hacia ella y los pequeños.
Cuando se detienen frente a la puerta del colegio Maristas, la mujer se agacha para colocar bien la ropa de sus retoños y los tres se refugian en su cuerpo. ¡Inmenso el regazo materno!
Sigo mi camino hacia la iglesia de San Sebastián con una idea clara en la cabeza: una madre tiene más de dos manos. Una en la mirada protectora y otra en las palabras de amor. Y tenemos un regazo, que ofrecemos sin dudar. Un regazo que seguirán añorando nuestros hijos, SIEMPRE.
Todas las personas tenemos un regazo que ofrecer. No te olvides: el latido acompasado de tu corazón es una de las músicas más hermosas del mundo, y es el primer sonido que escuchamos cerca.
Carmen Martagón
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