Nací al abrigo de un cielo andaluz,
me arroparon los vientos llegados del mar,
el levante, el poniente, o esa leve brisa que alivia las noches
y acomoda el cuerpo a demasiados grados.
Aprendí el sentido del equilibrio en los altos nidos de las cigüeñas,
poses sobre campanarios que miran desde arriba las casitas blancas.
Crecí, al ritmo de las olas de una playa eterna,
con el compás de Alosno enredado en las manos
y es color rojizo de un río sin vida,
bañando mi estampa.
La tierra minera, herencia notable,
forjó toda estirpe,
endureció las carnes y guió nuestros pasos.
La luz y el tiempo, medidos a golpe de versos,
viven atrapados entre los pinares de un hermoso parque;
sin querer marcharse,
henchidos de gozo, duermen entre dunas, entre tilo y jara
y bañan su hechura,
junto a las riberas de cualquier arroyo,
de cualquier estanque,
de la misma playa.
Soy, como esa espesura de bosques de sierra,
como esos olores de arena mojada cuando en Aracena te despierta el agua.
Soy la niebla que duerme sobre las montañas,
las lindes de un huerto, las manos gastadas de los campesinos,
las letras de un himno,
las palmas de un cante,
la esencia que nace entre los viñedos,
o en los olivares.
Carmen Martagón ©
Tu eres brisa de poniente ,
ResponderEliminaralegre gracejo y raza,
y te viste una sonrisa
como nunca imaginara.
Un fuerte abrazo.
Qué bonito!!! Gracias...
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