Me acurruco en este miedo
instalado en las esquinas de los cuerpos,
el frío de las salas heladas guarda la memoria de los viejos;
un microscópico ser
limita las vidas y condiciona las muertes.
Un virus ha cerrado las puertas con su diminuta presencia;
aislado las risas,
limitado las palmas a unas pocas horas de balcón.
Reducido el arroz a cazuelas de barro
y el vals de enamorados al salón del hogar de los casados, o las parejas de echo,
incluso, ha lacerado el tiempo a los amantes.
El tiempo, las horas, los días, apenas tienen ya sentido,
los relojes cuelgan inertes sobre la pared, la madera o las muñecas de los desamparados.
El desamparo se adueñó de los mayores,
los solitarios,
los dependientes,
los autónomos,
los auxiliares,
los sin techo.
Cada techo cobija un miedo diferente,
un frío desigual con el que sentarse a esperar.
Carmen Martagón ©
instalado en las esquinas de los cuerpos,
el frío de las salas heladas guarda la memoria de los viejos;
un microscópico ser
limita las vidas y condiciona las muertes.
Un virus ha cerrado las puertas con su diminuta presencia;
aislado las risas,
limitado las palmas a unas pocas horas de balcón.
Reducido el arroz a cazuelas de barro
y el vals de enamorados al salón del hogar de los casados, o las parejas de echo,
incluso, ha lacerado el tiempo a los amantes.
El tiempo, las horas, los días, apenas tienen ya sentido,
los relojes cuelgan inertes sobre la pared, la madera o las muñecas de los desamparados.
El desamparo se adueñó de los mayores,
los solitarios,
los dependientes,
los autónomos,
los auxiliares,
los sin techo.
Cada techo cobija un miedo diferente,
un frío desigual con el que sentarse a esperar.
Carmen Martagón ©
Comparto contigo ese dolor, ese frío desigual que nos hiela el alma, se lleva por delante a muchos y echa fuera de la calzada de la vida a un sin fin de criaturas dejándolos a la intemperie.
ResponderEliminarUn abrazo, Martagona.
Solidaridad y cercanía en estado puro.
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