No tuve tiempo de preguntarle a mi abuela sobre el amor,
la vida pasó deprisa por sus canas
y un dragón de silencios le sesgó la memoria,
mientras yo florecía entre sus brazos.
A veces, las vivencias nos llevan al pasado
donde todo lo obvio se deshace en segundos,
y solo los recuerdos responden a las dudas.
No se percataron mis sentidos de niña, en el brillo de sus ojos al mirar a mi abuelo,
no se me ocurrió entonces,
que sus mejillas también se arrebolaban
cuando las manos amadas tomaban las suyas,
o el dorso de los dedos rozaban su vientre.
Empeñada en crecer,
vi pasar ante mí este mismo amor maduro que me inunda,
este sueño otoñal, cargado de deseo,
y solo percibí la armonía que ofrece el pasar de los años.
En ese palpitar de la añoranza,
cuando ella marchó por ley de vida,
asomada yo a aquel dolor por su pérdida,
mirando el rostro sombrío de mi abuelo,
jamás se me ocurrió pensar
que él no echaba de menos a mi abuela,
sino a la dueña de aquel amor que ardió entre ambos.
Carmen Martagón ©
la vida pasó deprisa por sus canas
y un dragón de silencios le sesgó la memoria,
mientras yo florecía entre sus brazos.
A veces, las vivencias nos llevan al pasado
donde todo lo obvio se deshace en segundos,
y solo los recuerdos responden a las dudas.
No se percataron mis sentidos de niña, en el brillo de sus ojos al mirar a mi abuelo,
no se me ocurrió entonces,
que sus mejillas también se arrebolaban
cuando las manos amadas tomaban las suyas,
o el dorso de los dedos rozaban su vientre.
Empeñada en crecer,
vi pasar ante mí este mismo amor maduro que me inunda,
este sueño otoñal, cargado de deseo,
y solo percibí la armonía que ofrece el pasar de los años.
En ese palpitar de la añoranza,
cuando ella marchó por ley de vida,
asomada yo a aquel dolor por su pérdida,
mirando el rostro sombrío de mi abuelo,
jamás se me ocurrió pensar
que él no echaba de menos a mi abuela,
sino a la dueña de aquel amor que ardió entre ambos.
Carmen Martagón ©
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