Escribir poemas que solo puedan entender los solitarios,
las doloridas, las erradas, las que siempre andan suspirando por los rincones.
Decir la palabra exacta
que active el mecanismo del llanto, de la duda, el consuelo, el regocijo, la risa.
Colocar el verbo adecuado, que recoja las incertidumbres, y las esparza, como semillas, en terrenos fértiles.
Que de ellas nazcan las verdades,
y luzcan más brillantes las certezas.
Escribir para esa gente rara, que llora a destiempo,
que ríe nerviosa en los funerales, se alegra de las bendiciones ajenas
y se duele, hasta de las desgracias desconocidas.
Escribir, sobre los desterrados,
las insensatas, las comunistas, los seres errantes buscando un empleo, de mesa en mesa.
Escribir para las voces dormidas, la memoria revuelta,
los avariciosos, las rencorosas,
las que quieren llorar y les falta tiempo.
Escribir, para esos seres sin vida, a quienes llaman cobardes,
que ya no tienen fuerzas para defenderse.
Escribir para las miradas pequeñas
los hocicos inquietos,
o la dicha rabiosa de los inocentes.
Después, abandonar la pluma, tal vez para siempre, con la certeza del deber cumplido, y la sonrisa puesta.
Carmen Martagón ©
las doloridas, las erradas, las que siempre andan suspirando por los rincones.
Decir la palabra exacta
que active el mecanismo del llanto, de la duda, el consuelo, el regocijo, la risa.
Colocar el verbo adecuado, que recoja las incertidumbres, y las esparza, como semillas, en terrenos fértiles.
Que de ellas nazcan las verdades,
y luzcan más brillantes las certezas.
Escribir para esa gente rara, que llora a destiempo,
que ríe nerviosa en los funerales, se alegra de las bendiciones ajenas
y se duele, hasta de las desgracias desconocidas.
Escribir, sobre los desterrados,
las insensatas, las comunistas, los seres errantes buscando un empleo, de mesa en mesa.
Escribir para las voces dormidas, la memoria revuelta,
los avariciosos, las rencorosas,
las que quieren llorar y les falta tiempo.
Escribir, para esos seres sin vida, a quienes llaman cobardes,
que ya no tienen fuerzas para defenderse.
Escribir para las miradas pequeñas
los hocicos inquietos,
o la dicha rabiosa de los inocentes.
Después, abandonar la pluma, tal vez para siempre, con la certeza del deber cumplido, y la sonrisa puesta.
Carmen Martagón ©
Precioso!!!!❤❤❤
ResponderEliminarGracias, corazón. Me alegra que te guste. Besos
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