Hay miradas que impactan. La cámara de Rocio Escudero Alfonso se asomó a esta mirada y mi cabeza montó la historia de un encuentro.
PENITENCIA
Texto: Carmen Martagón ©
Foto: Rocío Escudero ©
PENITENCIA
Fue la única forma de penitencia que encontró que la alejaba de miradas
ajenas. Necesitaba vivir su dolor a solas, en silencio, no quería
ánimos, riñas, reproches o cualquier otra forma de ayuda de los demás,
aunque agradecía tantas muestras de cariño y amistad. Nadie podía saber
cómo se sentía.
Nunca supo por qué
aquella muchacha de pelo corto, cámara en mano, se fijó en ella para la
foto. ¿Cómo pudo verla entre tanta penitencia?. Caminaba despacio entre
una fila de Nazarenos, cirio en mano, con el Rosario de su madre en la
muñeca, cabizbaja, dolorida. Vestía de oscuro, la túnica o hábito
nazareno tapaba cualquier posibilidad de imaginar quién era o qué estaba
sintiendo en ése momento.
En la acera, unos ojos iban de un
lado a otro de la calle. Andaban buscando una foto especial, ver más
allá, intentando captar una imágen con la que transmitir el silencio de
aquella cofradía de Viernes Santo. Su cámara se disparó ante los pies
descalzos, las cadenas, las bellas imágenes de los grupos escultóricos,
una mano bajo el negro guante, un rosario, un cíngulo ceñido a la
cintura.
Y entonces la vió... Se había parado con el cortejo
nazareno, la cabeza baja, algo encorvada, como escondida. En un
instante, levantó la cara para mirar al frente y sus ojos oscuros
revelaron todas las penas del mundo. Sin pensarlo, disparó su cámara
varias veces, pidiendo disculpas en su mente por haberse colado en el
dolor ajeno, por haber perturbado el recogimiento de aquellos hermosos
ojos negros.
Texto: Carmen Martagón ©
Foto: Rocío Escudero ©
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