… Y mientras atardece
“la mar” se queda en calma,
y espera quietecita
que el sol llegue a abrazarla.
El sol se va a cercando
sin dejar de mirarla,
se acerca despacito
no quisiera asustarla,
le cambia los colores
su azul lo vuelve plata
y el verde que la envuelve,
el color de su calma,
lo confunden las olas
con sus espumas blancas.
Y desde los pinares
viene soplando el viento
un susurro escondido
llevando un pensamiento:
“Te traigo en un susurro
mi corazón que aguarda,
el alma de la tierra
y el olor de la jara.
Te traigo mil colores,
porque si el sol te abraza
se volverán oscuras
las sendas de tus aguas…
Se enfadará la luna.
y en la noche cerrada,
te robará a escondidas
tus reflejos de plata”.
Pero el agua tranquila
aunque ya escuchó al viento,
va callando a las olas
mientras dice en silencio:
“Por sentirme en sus brazos.
al ocaso y al alba
daría sin pensarlo
mi color y mi alma,
el blanco de mi espuma
la arena de mi playa,
el sonar de las olas
y el vaivén de las aguas.
Porque son sus reflejos,
porque es suya la plata,
porque son sus abrazos
los que llenan mi calma.
Su calor… me da vida
la pasión esperada,
me despierta a la vida
cuando aparece al alba
y me duermo enseguida
cuando la tarde acaba…”
Y ajeno a lo que dicen
el sol viene bajando,
tocando el horizonte,
ofreciendo su abrazo.
Explosión de metales,
de la plata hasta el cobre
del azul al cobalto,
ofreciendo a su amante
el oro de su cuerpo
y el bronce de sus brazos.
… y mientras anochece
“la mar” se queda en calma
y acunada en los brazos
de su dorado amante…
se queda adormilada.
Texto y foto: Carmen Martagón ©
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