Mañana...
A veces, no es suficiente mirar dentro,
hay que abrir bien los ojos
por si la humedad los empaña,
por si la oscuridad los ciega,
por si el paso de los años nos hizo olvidar quienes éramos.
Fuimos niñas, alguna vez,
con la conciencia blanca, el alma impecable y la cara lavada.
Quisimos crecer,
nos empeñamos en hacer pasar los años de dos en dos,
afianzamos el empeño en cumplir y cumplir,
hasta que se nos abrió el cuerpo
y nos brotó la savia.
Fuimos: madres, vecinas, maestras, hermanas, o enfermeras,
antes de cumplir la edad necesaria.
Nos habíamos empeñado en vivir con prisas,
esperando subir al tren de la madurez,
sin haber abandonado los pañales.
Aprendimos a mirar alrededor,
en ese entorno cercano donde unos pocos colores nos nublaron el gusto, y las ganas.
Rosa o azul, blanco o negro, oro o plata, quizás marfil.
Nadie nos enseñó a otear el horizonte,
todo nuestro mundo estuvo al alcance de las manos: la sartén, la plancha, la fregona o el cajón de los calcetines.
Alguna vez nos sorprendió el amargor de la vida,
pero alguien nos enseñó a hacer limonada,
poner más azúcar y una bonita sonrisa.
Alguna vez llegó a sorprendernos el amargor del café,
¡menuda insensatez no echarle azúcar!
Yo sigo sin endulzar mi taza en soledad.
¡Cuántas veces limpio el espejo sin ver!
Necesito entrenar la mirada:
existe el horizonte, la lejanía, la inmensidad del mar.
Existe lontananza, cénit,
las antípodas;
existes tú, detrás del espejo, detrás de la piel.
No te detengas a elegir el color de esa falda nueva,
asómate siempre al atardecer,
más allá del arcoiris dicen, se esconden los sueños;
respira, y no asomes hoy al interior si no te apetece.
Mejor mañana, sí, mejor mañana.
Carmen Martagón ©
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