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MI DESEO

No debió ponerse las botas de tacón para la cita. La semana se presentó lluviosa y una borrasca, a la que los meteorólogos han apodado Elsa, sigue en pleno apogeo. El viento de media mañana remueve los paraguas de los transeúntes que se cruzan con Carmen. Ella prefiere llevar la gabardina. Con este viento el paraguas no es más que un estorbo. Este diciembre está siendo especialmente desapacible. Los días andan revueltos, tanto, como su vida.
          No es la primera vez que visita el pueblo, pero el lugar de encuentro no está en los alrededores de las zonas que conoce. No logra encontrar la dirección. Podría preguntar, pero alguna idea absurda en su interior le dice que, sería como contarle a los extraños que viene a una cita indebida.
Pasa cerca de un colegio, en el interior suenan villancicos. Aguza el oído y distingue la letra de "los peces en el río". Aquellas voces infantiles le recuerdan a sus hijos, cuando eran pequeños. Juan ya casi cumplió los diecinueve y Álvaro, si la memoria no le falla, debe rondar los veinticuatro. ¿Qué madre no recuerda la edad de sus hijos? Esta relación la está trastornado, o ¿será la edad?
          El viento la empuja hacia adelante, parece que obligándola a seguir. Debió decirle que no. Debió poner una excusa. ¡Debió!, pero ahora está aquí. Consulta el reloj del móvil. Son casi las doce. Él ya debe haber llegado y allí sigue ella, sin encontrar la maldita dirección. Se detiene junto a una farmacia, podrían entrar, comprar algo y preguntar. Cambia de idea y sigue adelante. Saca el móvil del bolso para enviarle un mensaje. Quiere marcharse, regresar a casa, terminar con todo. Deja caer el aparato en el bolsillo de la gabardina y sigue calle arriba. En el primer giro a la derecha lo ve. El Hotel, una majestuosa casa de dos plantas, estilo cortijo andaluz. Cierra el paraguas y entra al amplio hall decorado con motivos navideños. Se fija en la rama de muérdago que hay en la entrada ¿Cuántos enamorados se habrán besado bajo esa rama? También allí el ambiente es navideño. Reconoce la voz de Michael Bubble, interpretando: "mis deseos" junto a Thalía.
"A donde sea que yo esté
Tu corazón alcanzaré
Y una sonrisa en tu mirada pintaré.

No habrá distancia entre los dos
Al viento volaré mi voz
Con mis deseos a tu alma llegaré"

          El hall, decorado con un gusto exquisito, tiene a la izquierda un pequeño mostrador de madera. Un joven con camisa blanca le sonríe, entre un par de rojas Poinsetias. Deja el paraguas, sin abrir. en un bonito jarrón rectangular, junto a la recepción.

          —Hay una reserva a nombre del señor Ojeda.
          —Sí. Nos dijo que si llegaba una señora le facilitáramos una llave. Habitación 35, al fondo del hall, el pasillo de la izquierda. La describió a la perfección, pero se quedó corto con su belleza.

          Carmen se ruboriza, no sabe si por el cumplido, o porque Salvador haya hablado de su visita con tanta naturalidad. Susurra un leve gracias y recoge las llaves. El joven de recepción la sigue con la mirada hasta que la ve desaparecer por el pasillo indicado. Le parece una mujer muy elegante. Diferente a las que suelen acompañar al señor Ojeda. La última, meses atrás, mucho más joven.

         Carmen siente la mirada del recepcionista en la nuca. Aquella mañana se había recogido el pelo en un moño bajo, le sentaba bien el pelo así. A Salva le gustaba soltarle el pelo... Entra en la habitación y siente frío. Los muebles rústicos, de madera oscura, a juego con las enormes vigas del techo le dan la bienvenida a aquel rincón de unas horas. La ropa de cama es de un blanco inmaculado, como el visillo que cubre el balcón. Se sienta en la cama y mira alrededor. El móvil vibra en el bolsillo de su gabardina.

          —Cariño, se me hizo un poco tarde. En una media hora estoy contigo. No te quites las medias, ya sabes que me encantan... La voz inconfundible de Salvador le llega a través del altavoz, en un mensaje de WhatsApp.

          Sobre la pequeña mesa de escritorio hay una fuente con uvas, una botella de cava y dos copas. Seguro por petición expresa del señor. Carmen mira las uvas. En unos días será final de año. Sus hijos cenarán con ella, y  después, cada uno de ellos saldrá a divertirse. Se quedará sola un año más, con su pijama favorito, sentada en el sofá, respondiendo mensajes y borrando felicitaciones reenviada. Amor, Paz, Felicidad, Esperanza. Está cansada de reenvíos. Trabajar en una oficina de correos, desde los veinte años, quizás tiene algo que ver. Sonríe pensando en el juego de palabras.
          Se levanta de la cama, ahora siente calor. Se deshace de la gabardina para dejarla sobre la silla. Abre la botella de champán y sirve un par de copas. Los tacones en la alfombra le resultan incómodos, así que se quita las botas y las medias. Adora andar descalza.
El espejo del armario le devuelve su imagen y le pregunta: ¿Qué estás haciendo aquí? A tu edad y ser la amante...
          La memoria, como un video recibido por sorpresa, le trae imágenes de otros encuentros. Los besos, las caricias, los cuerpos bajo las sábanas. Levanta la copa y brinda.

          —Felices fiestas, Carmen —se dice en voz alta y da un sorbo a la copa de champán.

          Por un instante, la huella del rojo de sus labios, sobre el fino cristal, le hace recordar el abrazo al despedirse. El cuidadoso abrazo que evita el carmín en su camisa, y el maquillaje en la chaqueta.

          —No me da tiempo a regresar a casa para cambiarme, no estaría bien asomar al despacho con huellas en la camisa y la chaqueta —le había explicado él.

          —Podrías traer otra ropa y cambiarte antes de salir de aquí. Después del almuerzo —le dijo ella en una ocasión. El coemntario quedó en el aire, sin otra respuesta que un beso en los labios.

          Deja la copa sobre la mesa, dobla cuidadosamente las medias y las coloca sobre la cama. Suelta su abundante melena y entra en el baño con la barra de labios. Desde la calle le llegan sonidos de panderetas y voces de niños cantando villancicos. No importa el viento ni la lluvia cuando hay alegría.
          Sus pasos en el pasillo sorprenden al joven de la recepción. Carmen se acerca y le deja un billete de veinte euros.
          —Cuando venga mi acompañante, por favor, le da la llave y le dice que no he llegado. No le diga que me marcho, es una sorpresa...
         —Claro, señora. ¿Me permite hacerle un cumplido? —dice el joven y parece arrepentirse al instante.

          Ella espera sin responder. Dando opción al muchacho a decidir si hará o no el cumplido.

          —Le sienta muy bien el cabello suelto. Que tenga Felices Fiestas.
          —¡Feliz Navidad! —responde ella con una sonrisa y sale del hotel.

          El joven no puede dejar de asomar a la habitación. Le preocupa que la señora haya estropeado algo. Le costaría el puesto haber dejado pasar a alguien no registrado. Abre la puerta rezando para que sus sospechas sean infundadas. Todo está en orden. Sobre la cama unas medias. El champan abierto, una copa manchada de carmín. En el espejo del baño, pillada con celo, una postal navideña. Es una foto de familia en la que reconoce al señor Ojeda, y una carta firmada con un beso.

          "Me permití enviar a tus suegros, hacia Madrid, esta foto de menos. Tu mujer, por cierto encantadora, orgullosa de su bonita familia, me enseñó las fotos antes de enviarlas. Los niños preciosos con sus trajes de pastorcitos. Hermosa felicitación navideña. Por cierto, ella es más joven que tú ¿diez años?  ¿Fue casualidad que llevara el envío a mi oficina de correos? Las casualidades no existen.  ¡Feliz Navidad!

PD. Te dejo las medias. Sé que te encantan.
 

Salvador consigue aparcar su flamante BMW a pocas calles de su destino. El sonido de entrada de un mensaje de WhatsApp retumba en el habitáculo del coche.
          — Amor, creo que llegas antes que yo. La lluvia y el tráfico están insufribles. Espérame, llevo tus medias favoritas y alguna sorpresa... —La voz sensual de Carmen en el mensaje, le excita.

          Cuando recoge la tarjeta de la habitación y avanza por el pasillo, el joven del mostrador sonríe. Justo ahora termina su turno. El grupo de niños de infantil entra en el hotel cantando "la marimorena".

Carmen Martagón 

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