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CRECER

Con el tiempo he descubierto lo que significa crecer,
no es tan extraño que el sol ya no abrigue mis mejores momentos,
ni que la luna, empeñada en sus salidas nocturnas,
ya no acompañe igual que antes;
me duelen los nudillos por la edad,
será que he llamado a demasiadas puertas, sin certeza.

Cada vez me descalzo con más rapidez,
ya no me entretengo en dejar impolutas las hebillas,
ni en atar o desatar los cordones al soltar las zapatillas de deporte.

He dejado que las pelusas adornen los bajos del sofá,
como adornan los surcos las esquinas de mis ojos.
A veces, incluso el espejo del baño me aplaude al ver las estrías que surcan mis huecos escondidos.
La presbicia, la miopía y el astigmatismo, casi sin corrección, me ayudan a disimular las patas de gallo; ya apenas las veo.

Sigo sin pintarme los labios, por pura desidia,
quizás, por fallo en la memoria al recordar dónde guardo mi color favorito;
el lápiz de ojos se ha vuelto un gran enemigo de mi "llorar por nada".

Me hago mayor,
no recuerdo si alguna vez se lo pedí a las hadas,
malditas sean si me hicieron caso.

Carmen Martagón

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