La sola presencia de unos versos,
la mirada tierna una noche cualquiera,
el collar de cuentas olvidado,
un nuevo atardecer desde la ventana,
un café a solas, la risa sin motivos.
El rítmico crepitar de las llamas,
la sombra de una higuera en el verano,
los pasos de los niños en la azotea,
tu mano en mi mano, tú y yo entre una multitud,
uno junto al otro en el invierno.
Agradezco a la memoria su constancia
ofreciendo detalles que desbordan
y convierten los surcos de mi cara
en los leves meandros de un río.
Agradezco esos detalles no esperados,
que van transformando el alma desbordada
en la mansa superficie de una laguna.
Detalles que se guardan
en el mágico cajón de los recuerdos
y que salen de golpe,
rebosando cada centímetro del cuerpo,
derramándose a los pies,
como el vaso que no sale indemne
por el temblor de mis manos.
Carmen Martagón ©
Imágen de la red
la mirada tierna una noche cualquiera,
el collar de cuentas olvidado,
un nuevo atardecer desde la ventana,
un café a solas, la risa sin motivos.
El rítmico crepitar de las llamas,
la sombra de una higuera en el verano,
los pasos de los niños en la azotea,
tu mano en mi mano, tú y yo entre una multitud,
uno junto al otro en el invierno.
Agradezco a la memoria su constancia
ofreciendo detalles que desbordan
y convierten los surcos de mi cara
en los leves meandros de un río.
Agradezco esos detalles no esperados,
que van transformando el alma desbordada
en la mansa superficie de una laguna.
Detalles que se guardan
en el mágico cajón de los recuerdos
y que salen de golpe,
rebosando cada centímetro del cuerpo,
derramándose a los pies,
como el vaso que no sale indemne
por el temblor de mis manos.
Carmen Martagón ©
Imágen de la red
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