El agua espantaba las avispas escondidas bajo las
hojas, Antonio podía ver desde la ventana sus rápidos movimientos y el
vuelo detenido con el que evitaban mojarse bajo la lluvia torrencial.
Estaba seguro de que, si no hubiera estado preso de aquella silla y bajo
la vigilancia de su madre, arriesgándose a terminar empapado, habría
salido a cazarlas y serían el sebo perfecto en las trampas para pájaros.
María lo observaba con ternura, mientras iba doblando la ropa recogida
antes del aguacero y se preguntaba qué ideas pasarían por la cabeza de
su anciano padre, en aquellos momentos de soledad y silencio infinitos,
en los que le sumía aquella maldita enfermedad.
Carmen Martagón ©
Carmen Martagón ©
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