Lunes Santo, sus ojos de niño no se apartaron de aquellos cristales, seguía lloviendo y el agua dejaba la calle cubierta de barro.
Martes Santo, la tormenta no cesó, la salida era casi imposible con ese tiempo.
El Miércoles al fin salió el sol y su madre trajo aquellos chalecos
fluorescentes. Al caer la noche, todos caminaban despacio y en silencio,
en la búsqueda de la embarcación que les llevaría hacia un lugar
desconocido...
Carmen Martagón
Carmen Martagón
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