Cuando murió mamá le prometí que cuidaría de Sara, mi hermana pequeña. Como hombre de la familia debía cuidar a mis mujeres. Me ocuparía de ella en su ausencia, no cabía la duda en tales promesas. Sara nació, decía mamá, "faltita de fuerza y de inteligencia". El cordón umbilical se le encajó en el cuello, y la pequeña, en el proceso del parto, se tornó de un color azul que le mermó las capacidades. Lo único que no se llevó, aquel bendito y maldito cordón, fue su sonrisa. Sara sonreía desde bien temprano. A esas horas en las que aún no me había despertado, Sara sonreía. —¿Qué pasó? ¡Valiente niña tonta!¡Desde por la mañana con esa boba sonrisa! –alcancé a decir un día, en que ofuscado me topé con la mueca alegre de Sara, durante el desayuno. Las tortas me llovieron desde lo alto, y no eran de avena. Más bien fueron las manos de mi madre, poniendo en orden mis ideas. —¡Jamás vuelvas a decir nada semejante sobre tu hermana! Si todos lleváramos una sonrisa d
Herencias de mar, tierra, cielo, tiempo y sueños. Asómate a sentir... Palabras de mujer, nacidas de un puñado de vivencias. Directas desde mi corazón a tu corazón...