Tengo la piel forjada de lágrimas, por todas las mujeres que me precedieron,
por el sudor de los hombres honrados
que portaron la sangre que recorre mi cuerpo.
por el sudor de los hombres honrados
que portaron la sangre que recorre mi cuerpo.
Heredé, este iris oscuro de todos los niños que ya perecieron,
y volaron sin dar unos pasos;
infantes de pecho, presos del destino
marcharon sin probar el regazo materno.
Bombea mi corazón la sangre de los justos,
de los injustos, los nobles, los callados, los borrachos, los infames;
lleva el torrente de este río, el grito ahogado de las luchadoras, las dolientes, las calladas, las malvadas, las brujas de corazón blando.
Fui forjada a martillo con el metal inoxidable de mis antepasados,
con lo bueno y lo malo del hierro ardiente que fluye en la fragua,
con los clavos rompientes de la vieja madera
en las riberas del mundo.
Llevo tatuados en la piel, los vientos de poniente y las aguas del río;
se enredaron en mis negros cabellos la oscuridad de los cielos sin luna,
los ecos de las minas y el dolor agrio que renace en el Fado.
Tengo en la mirada la rabia contenida ante la bofetada,
la palabra mal dicha,
las cadenas malditas que te amaran el alma
y el dolor que aprisiona por perder la batalla.
He lavado mi ser de cualquier desengaño,
de todas las tristezas retenidas por miedo,
y he quedado limpia de todo lo malo que quebró mi persona.
Hoy se decir que no y lo digo sin miedo:
NO, NO QUIERO.
Carmen Martagón ©
y volaron sin dar unos pasos;
infantes de pecho, presos del destino
marcharon sin probar el regazo materno.
Bombea mi corazón la sangre de los justos,
de los injustos, los nobles, los callados, los borrachos, los infames;
lleva el torrente de este río, el grito ahogado de las luchadoras, las dolientes, las calladas, las malvadas, las brujas de corazón blando.
Fui forjada a martillo con el metal inoxidable de mis antepasados,
con lo bueno y lo malo del hierro ardiente que fluye en la fragua,
con los clavos rompientes de la vieja madera
en las riberas del mundo.
Llevo tatuados en la piel, los vientos de poniente y las aguas del río;
se enredaron en mis negros cabellos la oscuridad de los cielos sin luna,
los ecos de las minas y el dolor agrio que renace en el Fado.
Tengo en la mirada la rabia contenida ante la bofetada,
la palabra mal dicha,
las cadenas malditas que te amaran el alma
y el dolor que aprisiona por perder la batalla.
He lavado mi ser de cualquier desengaño,
de todas las tristezas retenidas por miedo,
y he quedado limpia de todo lo malo que quebró mi persona.
Hoy se decir que no y lo digo sin miedo:
NO, NO QUIERO.
Carmen Martagón ©
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