Miguel era un joven cabrero que ejercía su dura labor en el Andévalo onubense, al alba llevaba a su rebaño a pacer en la fresca hierba entre dos localidades fronterizas con el país vecino. Cuando el sol estaba en lo más alto el muchacho acostumbraba a sentarse bajo la sombra de un portentoso acebuche, allí, deleitaba su paladar con un trozo de pan de leña y un buen queso de la zona, aquella mañana hizo lo propio. Les vió aparecer a lo lejos y fue siguiendo con la mirada sus pasos, hasta que estuvieron lo bastante cerca para observarles detenidamente. Eran dos hombres y sus cabalgaduras, el más bajito y bastante grueso vestía con ropa extraña, llevaba en la cabeza un sombrero de fieltro marrón oscuro, bajo el mismo, un pañuelo anudado tal como se lo colocaban los ca...
Herencias de mar, tierra, cielo, tiempo y sueños. Asómate a sentir... Palabras de mujer, nacidas de un puñado de vivencias. Directas desde mi corazón a tu corazón...