No me asomo a las sombras,
no porque sienta temor a lo oscuro,
más bien, por llevar la contraria
al desaliento,
que, a veces, viene aflorando por mis hombros
y pretende asustarme.
No quiero ser profeta,
tienen el mal vivir errante del camino,
se les pega el polvo a las espaldas
y predican sin saber
en qué lugar descansa, placentera, su palabra.
No sé llorar cómo la escarcha,
cuando el sol aparece entre las nubes,
así, despacito, gota a gota,
derritiendo el dolor sin lamentarse.
He aprendido a llorar a borbotones,
emulando al torrente del riachuelo
cuando baja furioso en el deshielo.
No soy capaz de ser como una rosa
que duele como espinas en el pecho,
soy más bien amapola solitaria,
girasol amarillo y coqueto,
soy cualquier flor alegre del camino
que inspirará unos versos.
Yo, no sé mirar con ojos de poeta,
no soy más que una persona cualquiera,
desconozco cómo miran esos seres,
me gusta sentir, ese atisbo distinto
que ofrecen sin pensar las almas libres,
esa del gato inquieto y anhelante,
o la ternura infinita de mi perro...
Carmen Martagón ©
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