por encima de los tambores que llaman a pasión, a redención, a misericordia, o a santidad.
Te llamo a gritos para que regreses,
olvidé rezar, en las vueltas crueles de la vida,
en los tiempos que pensamos no alcanzan,
mientras afloran candados en el pecho.
Agotadas las lágrimas, con la mirada turbia,
cuando duele el silencio más vivo que el viento,
te llamo a gritos,
con la boca cerrada, los dientes apretados y el corazón roto.
Elevo la voz, entre misterio, recogimiento y resurrección,
en estos días de júbilo y fe que no me alcanzan.
Vaga mi pensamiento para creer y no creer,
sentir y no sentir,
entre la rabia y la pena de
extrañar tu tierna mirada ausente en cualquier parte.
Te llamo a gritos,
entre las paredes vacías de mis miedos;
no es hora del sueño eterno,
ni el de los justos.
¡Despierta!
Hay que seguir,
prometo contarte, escucharte, sentirte
y dejarte marchar cuando el alma cansada lo demande.
Quédate un poco más para el abrazo,
no pido la eternidad, pido un minuto
para llenar de ternura mis mañanas,
en ese "buenos días", tan cotidiano,
que hace de lo nuestro, amor sin más.
Carmen Martagón
Ese grito fue escuchado. Besos
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