Tengo ese olor a otoño metido en las entrañas
y en las retinas, se me han colado tenues rayos del sol
que pintan ocre el paisaje.
Llevo pegado en la piel resina
de pino y jara,
el aroma de las flores adornando el romero
o el calor que se esconde al ocaso
y asoma con las horas de media mañana.
Dulce la primera miel, los peros y las castañas,
el olor de la lumbre que enciende y aviva la casa al renacer,
dulces los primeros besos, las tiernas miradas
y esos abrazos de otoño que tanto añorábamos.
Llevo prendido en el pelo
las cortezas del alcornoque,
las hojas del abedul,
las nubes amilanadas
que no tienen intención de romperle armonía
o robarle su color al cielo de la tarde.
Es otoño y yo escribo
presa del sutil ardor del mediodía
y de la niebla que oculta débilmente el paisaje.
Escribo, enamorada de la delicada calidez de la estación
y del lento espectáculo de las hojas cuando mueren,
en silencio
y caen sobre la tarde.
Carmen Martagón ©
Foto: Carmen Torres ©
y en las retinas, se me han colado tenues rayos del sol
que pintan ocre el paisaje.
Llevo pegado en la piel resina
de pino y jara,
el aroma de las flores adornando el romero
o el calor que se esconde al ocaso
y asoma con las horas de media mañana.
Dulce la primera miel, los peros y las castañas,
el olor de la lumbre que enciende y aviva la casa al renacer,
dulces los primeros besos, las tiernas miradas
y esos abrazos de otoño que tanto añorábamos.
Llevo prendido en el pelo
las cortezas del alcornoque,
las hojas del abedul,
las nubes amilanadas
que no tienen intención de romperle armonía
o robarle su color al cielo de la tarde.
Es otoño y yo escribo
presa del sutil ardor del mediodía
y de la niebla que oculta débilmente el paisaje.
Escribo, enamorada de la delicada calidez de la estación
y del lento espectáculo de las hojas cuando mueren,
en silencio
y caen sobre la tarde.
Carmen Martagón ©
Foto: Carmen Torres ©
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