Poco antes de que los domingos fueran amargos, en
mi familia eran días de fiesta. Mis hermanas y yo estrenábamos vestidos
para ir a misa y cuando terminaba el oficio, volvíamos a casa por la
calle Asunción, para comprar unas deliciosas galletas de chocolate.
Años después, aquel domingo 16 de julio de 1939, día de visitas a la
prisión, mi madre nos vistió con nuestros mejores trajes, recordándonos
que papá debía vernos sonreir.
De
esa amarga tarde de domingo sólo recuerdo, las manos de mamá
cubriéndose el rostro llorando desconsolada y el gesto de aquel hombre
tan serio que la miraba torciendo la boca.
Carmen Martagón ©
Carmen Martagón ©
Comentarios
Publicar un comentario