Vender el cuerpo pero no el alma,
la piel como un tejido que se lava,
los ojos no ven, los oídos no reciben sonidos
y la razón abandona el embalaje por unas horas.
Unas monedas pagan el amor fingido,
las caricias extrañas y automáticas,
el dolor, el asco y la pena;
pagan los pañuelos que secarán las lágrimas
y ese triste café del desayuno
en un bar de carreteras olvidadas.
La memoria no alcanza a recordar
cómo ni cuándo,
tampoco quien fuiste o quien pretendias ser;
no recuerdas que fuiste bailarina en tus sueños
o tal vez actor o actriz;
pero, a veces, en algún acto, sin pretenderlo,
éste último sueño se cumple.
Carmen Martagón ©
las caricias extrañas y automáticas,
el dolor, el asco y la pena;
pagan los pañuelos que secarán las lágrimas
y ese triste café del desayuno
en un bar de carreteras olvidadas.
La memoria no alcanza a recordar
cómo ni cuándo,
tampoco quien fuiste o quien pretendias ser;
no recuerdas que fuiste bailarina en tus sueños
o tal vez actor o actriz;
pero, a veces, en algún acto, sin pretenderlo,
éste último sueño se cumple.
Carmen Martagón ©
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