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Cuentos de Navidad


Papá Noel había estado allí...

Nadie lo vió asomarse porque todos dormían...

En la mesa del salón habían dejado una bandeja de dulces, unas botellas que no alcanzaba a distinguir y una carta. El árbol grande y lleno de bolas plateadas y azules estaba repleto de luces brillantes que habían dejado encendidas. Un detalle para aquella noche de trabajo. No había chimenea, así que no había calcetines colgados, ni guirnaldas, ni figuritas sobre ella. Sobre el sofá la mantita de terciopelo azul indicaba que alguien se había levantado expresamente para irse a dormir. Claro, había que acostarse temprano. ¡Era Navidad!. 

Miró la carta de aquella dirección y comenzó a leer... Era la cuarta casa en la que los niños pedían lo mismo, un trabajo para papá, un trabajo para mamá, paz, salud, que se acabe la crisis ... Acababa de empezar la noche y aun no había sido necesario entrar a dejar ningún regalo. Iba a ser una noche corta... O larga, según se mire. 

- Vamos Rudolf... 

... Y desde el trineo Noel lanzó los mágicos copos de nieve que harían que los deseos de los niños se hicieran realidad. Y la Magia hizo que algún pastelillo sobre la mesa apareciera abierto y las copas llenas de vino dulce a falta de un sorbo y que la carta desapareciera ... Después de todo Papá Noel había estado allí. 

Feliz Navidad...


La Estrella que guía...

Aquella noche se bajó de lo alto del árbol, hermosa, con sus siete puntas, con sus reflejos azules y plateados, con su porte de estrella que guía. Si su función era guiar ¿Qué hacía allí colocada mirando a la ventana? Tenia que guiar... 

La casa estaba en silencio. Deambuló por ella sin hacer ruido, iluminando cada estancia. Miró a los niños dormidos. El mayor casi destapado, el pelo revuelto, la almohada bajo los brazos, el pequeño tapado hasta la cabeza, murmurando una retahíla que, ni ella como estrella, podía entender. 

Vió a los abuelos durmiendo plácidamente, soñando a la par después de casi cincuenta años juntos. 

Vió a la madre dormida, con gesto preocupado, seguro que haciendo números como cada día. Vió al padre sonreir, tenia un sueño tranquilo... 

Había paz en aquella casa, se asomó a ver al perro, fue el único que se despertó con su resplandor, la miró con los ojillos adormilados. Dobló la cabeza incrédulo y se puso en pie perezosamente primero las patas delanteras. Elevó el hocico hacia ella y la olisqueó... ¿Eres tú a quien he de guiar?... 

Y con un alegre movimiento de su cola pareció responder a su pregunta...

Texto y fotos: Carmen Martagón ©

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