Cuando me miro en tus
ojos, pienso que me hubiera gustado verte llegar a mi vida un cálido verano. Te
preguntarás ¿por qué razón? No hay una sola razón, hay muchas. La primera, haber
podido disfrutar nuestros encuentros, recién estrenados, durante las horas del
estío. Desear que hubieran sido más largas las horas, y esos instantes para
conocernos que irán marcando nuestra vida juntos. Me hubiera gustado dormitar
bajo la sombra de un árbol, con el calor de tu cuerpo sobre el mío. Descubrir
contigo el azul más brillante del cielo, ese que, desde tu llegada, cobija este
amor infinito.
Qué
hermoso habría sido verte abrir los ojos, en esas mañanas cálidas y somnolientas,
después de algunas noches dormitando a ratos, sintiéndote a mi lado, reclamando
mi presencia.
Tener la dicha de pasear, solos o acompañados, con el rumor del
mar a lo lejos. Deleitarnos con el dulce calor de
la arena, en los primeros arranques del día, o cuando el sol se esconde en los
atardeceres.
Me
hubiera gustado, hijo mío, haberte parido una hermosa noche de julio. Una de
esas, en las que la brisa trae el sabor salobre de las lágrimas; de esas, en
las que los grillos arrullan la salida de la luna sobre los parques. Las noches
claras, donde los coros de chiquillos cantan canciones de todas las infancias.
Tú, y solo tú, si hubieras llegado a mi vida en la estación más cálida, te
habrías convertido, sin duda, en mi gran amor de verano.
Carmen Martagón
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