Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2016

Olor a versos

Hay fragancias que perduran eternamente, son las que se adueñan del alma de los poetas, los soñadores, los amantes o las personas sencillas. Hay colores que desprenden aromas, cómo el blanco, ese que está en las paredes encaladas, en las azucenas que florecen en los patios, en el azúcar que endulza el café o en la PAZ que hermana los pueblos. Hay fragancias que se llevan dentro se quedan en nosotros allá donde vayamos, en la retina inundada de nostalgia, o en el cálido abrazo que nos brinda la tierra, para después salir en cada una de las letras que derrama la pluma entre hojas grises. Carmen Martagón © Foto de la red. Montaje: Javier Puchades @xokotonto

La Paz de Onuba

Me han susurrando madre las caracolas letrillas de fandangos, rumor de olas y el susurro del viento de la bahía me cantó un estribillo por bulerias.  Tiene Huelva un quejio que sabe a gloria, corazón encojío, blanca la historia. Los más valientes, dejaron en mi tierra bella simiente. Hoy la Paz se ha colado desde la ría en un barco velero de blanca quilla y la voz del poeta, que está soñando, blancas costas de luz encuentra a su paso. Traen la PAZ los marinos sobre sus hombros y le bailan las niñas, se oye a Toronjo, imposible marcharme dice el maestro, se queda en la palabra y el pensamiento. Y en el conquero, donde mi tierra guarda la más chiquita, la PAZ se hace poema por seguidillas, y en un fandango Paco Isidro y Alonso la van cantando. Duros metales, muelle del mineral, fandangos al aire, Huelva me huele a Paz a ría y baile. Mi Huelva huele a sal a poema y arte. Carmen Martagón ©

Quiero ser

No quiero ser ola que llegue y arrastre, que asole la orilla con cada marea, no quiero ser agua bravía y revuelta, devastando al paso todo lo que encuentra. No quiero ser viento que altere la calma de las almas libres que van de paseo, céfiro tranquilo, brisa de poniente, quiero ser suspiro, cálido y doliente. No quiero ser, tormenta de invierno descarga furiosa de agua, viento y trueno, quiero ser llovizna de otoño tranquilo mojar a las hojas, jugar con los niños. Quiero ser la nieve que invita al invierno, la brisa fresquita que la primavera, el sol que tranquilo da nombre al verano, y el viento de otoño sereno y templado. Carmen Martagón ©

Anfítitre

                          Cuentan las leyendas griegas que en el mar azul — tal como se ha denominado al Mediterráneo durante miles de años — las hermosas Nereidas acompañaban a los navegantes, transformando las bravas aguas en mansas veredas, por las que era posible avanzar sin peligros.              Anfítitre era la más bella de todas, tanto que, el mismísimo Poseidón la hizo su esposa, pasando a convertirse en la reina del mar.              Cada tarde, la preciosa Anfítitre emergía de las profundidades y se dejaba llevar por las olas hasta la orilla. Allí, se sentaba a contemplar la majestuosidad con la que el sol ocultaba su luz en aquella fracción de la tierra. Helios, el dios del sol, admiraba la belleza de la reina del mar, siempre asomada para despedirle al ocaso. Antes de marchar, le ofrecía algunos de sus mejores rayos y ella, agradecida, los enredaba en su hermoso cabello, hasta que en su regreso a casa, los haces de luz quedaban sobre las aguas, p

Vientos

Enrédame en tus vientos, tormenta de amor entre mis sábanas y lléname la piel de tempestades, de huracanes de mar, que me hagan zozobrar entre tus brazos.  Quiero que arrecie la lluvia de tu cuerpo en mis entrañas dormidas y me despierte por entero la llovizna febril de tu mirada. Después, me dejaré navegar a la deriva, para soñar que soy nave de otros tiempos, bergantín de piratas sin batallas, goleta sin bandera hacia la orilla, chalupa de sal, arena y aire. Cuando despierte regresaré dispuesta a la batalla en otro amanecer de verso y carne. Carmen Martagón ©

CULPABLES

Duele ver la foto. ¡Claro que duele! Preferimos no mirarla para no vernos reflejados en ella. A mí me recuerda que pueden ser los míos, que una guerra no debe ser algo ajeno por muchos kilómetros que nos separen. Ven que te lave la cara, que te acuden mis brazos culpables, que no saben secarte las lágrimas.  Soy culpable de cerrar la boca, de pelear por dentro y no presentar batalla más allá de las tripas. Soy culpable de ondear una bandera blanca teñida de sangre y no exigir que dejen de mancharla con los inocentes. Soy culpable de no pisar las aceras para gritar que terminen las guerras y romperle a gritos la seguridad al poderoso. Soy culpable de este egoísmo que corrompe las vidas cotidianas, de mirar a otro lado y pensar sólo en mí. Sólo sé gritar bajo este techo, en esta luz de la pantalla, bajo estas vigas que hoy protegen a los míos. Hoy, pero ¿y mañana? Carmen Martagón ©

ATRAPADA

                          La princesa vivía atrapada entre los gruesos brazos del árbol maldito. Aunque desde allí podía ver todo el bosque, sus amigas las ardillas bajaban para acompañarla e incluso los pájaros asomaban para cantarle canciones de luna, ella añoraba hablar con los humanos. Añoraba un beso, un abrazo o haber podido sentir, alguna vez, el tacto de la arena en los pies mientras pasea por la orilla del mar con la luna, como había leído en los libros años atrás. Cada noche rogaba para que el viejo árbol la dejara marchar, pero al amanecer despertaba, un día más, entre las gruesas ramas.               La princesa desconocía su edad. Una bruja malvada, con el único afán de castigar a su abuela, la reina Amper, se la había llevado, siendo aún un bebé, a su refugio en las montañas. Cuando creció lo suficiente y aprendió a atarse los cordones de sus zapatillas de lona, la abandonó en aquel árbol encantado, para que él se ocupara de ella. Hasta entonces, l

Sintiendo a solas

Y volví a mirarme en el agua que corre, ese espejo claro que me trajo el río, sentí de nuevo la frescura del agua no supe distinguir dolor o escalofrío. Y volví a soñar con el mar de mi alma, con las espumas que me ofrecen las olas, sumergí mi vida entre las frías aguas y me dormí al compás de las caracolas. Llegué a la vida en el cobijo del agua desde el mar de tu vientre madre, tierno, sentir el latido de dos corazones y acurrucarme en tí esperando mi tiempo. Y sigo aquí, rodeada de agua y aún viva, soñando ser mar, espuma blanca y olas, saltando en esta orilla que me quema, mirando al horizonte, sintiendo a solas. Carmen Martagón ©

DESBORDA

La sola presencia de unos versos, la mirada tierna una noche cualquiera, el collar de cuentas olvidado, un nuevo atardecer desde la ventana, un café a solas, la risa sin motivos.  El rítmico crepitar de las llamas, la sombra de una higuera en el verano, los pasos de los niños en la azotea, tu mano en mi mano, tú y yo entre una multitud, uno junto al otro en el invierno. Agradezco a la memoria su constancia ofreciendo detalles que desbordan y convierten los surcos de mi cara en los leves meandros de un río. Agradezco esos detalles no esperados, que van transformando el alma desbordada en la mansa superficie de una laguna. Detalles que se guardan en el mágico cajón de los recuerdos y que salen de golpe, rebosando cada centímetro del cuerpo, derramándose a los pies, como el vaso que no sale indemne por el temblor de mis manos. Carmen Martagón © Imágen de la red 

Y de nuevo Septiembre

Este nuevo septiembre voy a amarte... voy a enredar tus noches y mis días, abrazando tus sueños con mi vida. Un nuevo septiembre para mirarte y sentir tus dedos pisar mis cuerdas, elevando al cielo más notas nuevas. Y septiembre llega, quiero abrazarte y que sientas amor que estoy contigo que se asome el otoño en el camino. Cada nuevo septiembre renovarnos, remozar este amor que por ti siento, renovar ilusión en cada encuentro. Volver a ser de nuevo adolescente, volver a ser canción cada Septiembre. Cuando asome el otoño a mi ventana y me mire en el sol adormilado, cuando la fresca brisa ya me llegue, recordaré mi amor que te he abrazado con más fuerza y pasión cada Septiembre. Para mi amor... Para tu amor... Para el amor... Carmen Martagón ©